jueves, 25 de enero de 2018

Peñón alado





Para Leonardo

No necesitamos una sarta de argumentos para afirmar que éste no es el mejor espacio para seres como tú ¿acaso lo fue antes? ¿eventualmente lo será en el futuro cercano? El sentido de las palabras que hoy nos son preciosas poco significará para ti. No reproches el fracaso de quienes te antecedimos, intentamos con el máximo esfuerzo mejorar lo recibido y entendimos tardíamente, cuando ya el cabello blanquecino ralea, unos malos costurones hienden el rostro y la sonrisa es una maligna replica de alegría, que los “viejos” no estaban tan equivocados, que sus poetas no eran insulsos ni sus palabras vacuas, que quizá fuimos obstinados pero jamás estúpidos, que supusimos fuerzas que no poseíamos y que nuestras canciones no fueron del todo infructuosas: solo elevamos una cometa en donde el viento no era favorable.
En el transcurso de las oportunidades cotidianas la humanidad derrumba toda afirmación positiva y arrastra en su violencia lo mejor que viene con cada sonrisa renovada y aun cuando naufragamos vergonzosamente, intentábamos “un mejor mundo” para las posteriores generaciones. Por ignorancia transformamos un mundo de oportunidades en estercolero, mendigamos con impudicia el cariño ajeno cuando negamos el propio; la inseparable prisa para ser lo que está fuera de nuestro alcance negó la búsqueda de las emociones inadecuadas: la felicidad, la sabiduría, la eternidad; lejanas e imposibles pero dignas de buscar.
                Intentamos vanamente dejar por herencia algo mejor a lo recibido, fracasamos en mucho y triunfamos mínimamente y si fue exiguo nos alcanza para reconciliarnos con tu futuro, para afirmar que sumadas nuestras menguadas fuerzas todavía no está todo perdido. No quedaba en nuestras manos el poder transformador para tu mejor estancia, lejanas parecen las ideas que todavía pulsan en la cabeza en favor de sanear lo que por generaciones descuidamos. Que sea este Mundo hospitalario contigo, que en él encuentres el aliento para amar y ser amado, para una vida tranquila y con ella brindar tranquilidad, que sepas diferenciar entre lo detestable y lo trascendental, lo apetitoso de lo malsano: que encuentres la felicidad merecida a todo bienaventurado hijo de la Vida; que encuentres un Peñón alado en donde descansar de las preocupaciones cotidianas y un poema propio que te diga quién eres y para qué eres, que en ese Peñón alado reine  un agitar de alas en libertad sin necesidad de recibir el beneplácito de nadie, porque al final, la felicidad, la sabiduría, la eternidad, esos imposibles para el ser humano merecen el tesón.
                Ama cuanto puedas, disfruta según tus merecimientos y sensibilidad, goza los fortuitos días de dicha, cuida el fantástico Peñón alado, ese refugio para los hijos de un ideal desairado. Tuyo será el Peñón alado, solo tuyo el goce de compartirlo con quienes como tú anhelen lo imposible: la Felicidad, la Sabiduría, la Eternidad. Que el arrepentimiento no sea dolor ni llegue cuando el cabello blanquecino te sorprenda descuidado y el reguero de zurcidos malhechos te recuerde a quienes intentamos una mínima expresión de alegría frente a tu sonrisa ¡Bienaventurado tú, dueño del Peñón alado!

A salvo de la lluvia



 

A salvo de la lluvia

Victor Manuel López Wario

Ignoradas las banquetas abrillantadas por la lluvia, velado el resplandor del sol por las deslucidas nubes y el cortinaje discreto en las ventanas, dos estruendos marcaron el inicio del día, dos voces trémulas buscaban el aliento ajeno para co-fundir la debilidad personal en la dejadez del otro. La lluvia pertinaz en los cristales ahogaba la precariedad de las palabras para guardarlas bajo la almohada arrinconada; en los ojos la luminosidad del trueno sondeaba en las pupilas aletargadas.
Las manos de uno evadían el auxilio ajeno en búsqueda de otro derrotero; la bienaventurada penumbra desdibujaba la figura enfrentada para no sucumbir al poderío de una mirada que pedía más sin reprimir el estremecimiento pospuesto por tantas veces y que en ese momento burlaba todo límite. Oyen sin escuchar una voz susurrante en la intensidad de un discurso silente madurado entre sueños y las desesperantes promesas de consumación.
Un poco del viento frio y húmedo alcanzaba los anhelos para ocultar en aquel hombro una lágrima evadida y el temblor en cada uno con el pretexto del impacto externo, ya no faltaba la canción de dos en el ajuste de las respiraciones en la confusión de un vaho en el hálito enfrentado. Poco a poco la negación declinó, la mudez empañó las palabras y de suspiro en gemido cada uno tomó del otro lo que hasta ahí fuera oculto, anhelado. Una caricia preludió la oleada, un abrazo cubrió el espacio de las prendas extraviadas para dos ritmos en inseparable identidad.
La lluvia velaba el espacio de un lucero; el abandono descendía al ritmo de la corriente junto a las banquetas, no habría falsía cuando la disposición era recíproca, cuando los dos al mismo tiempo imploraran ¡sí! Jamás fue lo mismo, nunca será igual.
Si hasta ahí el acento transcurrió de la flaqueza a la aceptación, si acudió la sabiduría ancestral para tutelar la novatez, el tiempo de sueños terminó para unificar, trémulos, el calor dividido. Borrados los recuerdos de pecados anteriores (turbulencias transformadas en brisas olvidadas) ¿para qué jurar lo que carece de pasado? Si hubiera dudas ésto no sería una realidad a cubierto de la lluvia, un amanecer nubloso sin el lucero que avalara aquel saber.