jueves, 25 de febrero de 2016
Acrílica sobre cartulina.
21.5 x 28.0 centímetros.
El intento.
Buscamos lo eterno en el aborregado arco del cielo para
encontrarnos en el meandro donde ondula el idealizado río bullicioso de encanecimiento
prematuro; la esperanza fútil disfrazaba el empeño oculto en la cueva fantástica
del alborotador chaneque; junto a la imposibilidad, escaldó el roce de una mano
para coartar el denuedo.
Hubo días buenos, beatíficamente
luminosos, frases consumadas entre aromas aspirados, sueños bienaventurados con
finalidad de compartirlos y una espantosa tortura en las horas de no vernos.
Latencia vibrante en la mirada
sin remiendo ni temporalidad, anhelo de ser más en el otro y los dos los mismos;
referencia con tres clavos en los cuerpos infinitos, una tonada ajena adoptada
con naturalidad.
Quedan por responsos los amasijos
de noches templadas y un mediodía glacial junto a una retahíla de torpezas; las
frases enturbiadas con fingimientos por corazas fueron un saber llegado a
destiempo con la edad.
Un segundo tras otro más, días
encadenados a otros días semejantes y en ello cursamos temporadas buenas —las
menos— para compensar las malas mezcladas con penurias y desasosiegos.
Mientras los pájaros
remueven el frío de sus alas
perdemos el ensueño y
nuestro lucero matinal.
Somos caudas agoreras
en elipses olvidadas,
simple polvo en
formas congeladas
al rigor de una ley
impuesta por dos manos cálidas
posadas en ideal de
eternidad,
mientras los pájaros
removían el frío de sus alas
perdimos el ensueño y
nuestro lucero matinal.
Sin más, ausente el rencor, sin
vergüenza ni aflicción, diremos que al menos lo intentamos sobre las muchas
naderías en las que nos afanamos, pero, al menos lo intentamos y cosas del
tesón: en cuanto a mí, aún conocido el futuro presente: lo intentaría otra vez.
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